
Un buen día a mis 17 añitos, en la cumbre de mi hippismo y fachada liberal –pues todavía era virgen- conocí a un hombre que me llevaba unos 6 años de diferencia, hermoso, pero sobre todo… intelectualmente superior a mí -o eso me hizo creer el pobre hasta que le encontré la vuelta. Inmediatamente comencé a intentar ganar ese terreno sin saber que él, estaría haciendo lo mismo conmigo. Dos semanas después y hasta marzo de este año, estuve de novia con él.
Hace seis meses me separé. Fue difícil reencontrarme conmigo misma. Todo, todos y yo, habíamos cambiado. Había dejado los sahumerios, la bambula y las alpargatas, para introducirme en ropa ajustada, maquillaje, perfumes, anillos de oro y la misma cantidad de zapatos que Carrie Bradshaw, con sus respectivos bolsos haciendo juego.
Desparramando glitter y glam por doquier, opté por el camino más rápido y efectivo –según mis amigas- para olvidar que me rompieron el corazón. Salidas de jueves a domingo, litros de alcohol y muchos… muchos especimenes de sexo masculino. Este blog tratará de cómo después de tropezones y caídas… definitivamente aprendí a manejar a los hombres*, y es una información que necesito compartir con ustedes, para que sepan que no son todos iguales –es cierto- pero a la hora de jugar... las reglas las ponemos nosotras.
Espero que sirvan mis experiencias
Naty, su servidora.
*Se excluye de la porción de la población masculina a analizar a los estudiantes de la UBA de las siguientes facultades: Fsoc, filo, psicología, agronomía, y cualquier agrupación política de izquierda.
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